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6 de noviembre

 

Hablar de la Plaza de Bolívar, en Bogotá, Colombia, suele significar caer en un cliché: hablar de palomas. Por tanto, y cayendo en ese cliché, la Plaza de Bolívar está a rebosar de palomas; unas planean alrededor de ella mientras otras caen en picada allí donde vislumbran alimento. Las aves no encuentran reparo en posarse sobre la cabeza y los brazos de la gente con tal de comer y volar de nuevo. En el centro de la plaza se erige el árbol de navidad gigante, aún en construcción, como parte del alumbrado público de Bogotá que se inaugurará el 28 de noviembre. Alrededor de él juegan niños y las parejas son asediadas por los fotógrafos de cámaras instantáneas que, como las palomas, siempre están rondando por ahí. Además, como si fuera una postal, el sol cubre cada centímetro de suelo y plumas.

 

Sin embargo, el cielo solo está despejado sobre la plaza, el resto de la ciudad está ocupada por nubarrones negros, amenazantes. Ese panorama evoca que en este lugar existe más que el chiché. Por ejemplo, hoy hay una reunión atípica de personas en una carpa y por los alrededores de una tarima, casi todas de camiseta blanca. Por la carpa hay varias sillas, casi todas ocupadas por una foto y un ramo de flores. Ahí es cuando la memoria dice que en algún momento allí no hubo palomas presentes, árboles de navidad o cámaras instantáneas. Hablar de la Plaza de Bolívar, en Bogotá, Colombia, el 6 de noviembre de 1985 significó hablar de tanques, miedo, fuerzas armadas y edificios en llamas; las personas de camiseta blanca que se reúnen hoy, 29 años después, son el intento de un país por no olvidar su historia. Todas son familiares de las víctimas de la toma y retoma del Palacio de Justicia, conmemorando su aniversario.

 

*****

¨Porque es mi voz la que está gritando, mi sueño el que sigue entero, y sepan que solo muero, si ustedes van aflojando.¨ Así cierra su presentación un cantante, sobre la tarima, y con esa frase como certeza en el corazón, once familias se han reunido anualmente desde el genocidio. Siempre las mismas once, todos los años, sin excepción, se reúnen y convocan a la ciudadanía en ese intento de memoria, para que uno de los momentos más oscuros en la historia del país no se desvanezca en el olvido y la impunidad.

 

Tras el cantante y como un ejercicio de catarsis, los familiares que quieren suben a la tarima para relatar su historia. Una de ellas decide hacerlo, pero no puede subir, pues su silla de ruedas no la deja, sin embargo, no es razón para que esa mujer desista. Así lo confirman sus manos, sujetas con fuerza al micrófono.

 

—Soy la hermana de Norma Constanza Esguerra. La acompañé ese día pero me quedé en el carro, porque como ustedes ven y debido a un accidente, no camino. Vi cuando entró, ella tenía que entregar un pedido de pastelería. Todavía nos faltaba por entregar en los juzgados de Paloquemao y en el Colsubsidio de la 63. Pasaron unos diez minutos cuando empezó una balacera.

 

»Yo no sabía si era dentro del Palacio, se oía horrible, muy duro. Como yo no caminaba empecé a pitar y los celadores de al frente, a lado y lado del carro se me acercaron y me dijeron: ¨Tiene que alejarse porque el Palacio se lo tomaron los del M-19 y usted está corriendo peligro¨, y yo les dije que yo era la hermana de Norma, la señora que entró hace un momentico, la que siempre entra a llevar el pedido de pastelería. La respuesta de ellos fue: ¨Tiene que quitarse.¨

 

»Me dejaron en la calle, porque yo no podía mover el carro ni manejar. Yo lloraba, les decía: ¨Mi hermana está allá, mi hermana está allá, cómo hago para sacarla.¨ Me dijeron que esperara hasta que se acabara el problema. Yo veía bajar estudiantes de universidades y miraba a ver quién me ayudaba a mover de ahí, no me podía quedar. Un señor que pasaba por ahí, José Larrrarte, me acuerdo del nombre porque fue el único que me ayudó, me hizo el favor de llevarme a la casa.

 

—¿Y Norma? —preguntó mi mamá cuando yo llegué.

 

—No mamá, Norma no salió. Entró a entregar el pedido y no salió.

 

»Fue lo más horrible, cada vez que recuerdo eso no sé qué siento. Norma tenía dos hijas, una era bebé, tenía dos años. Ahorita ella tiene 31, y en todos esos años, de mi hermana no sabemos nada. Sabemos que salió, que es una de los desaparecidos del Palacio de Justicia, el único error que cometió fue entrar en ese momento ahí, no sé.

 

*****

 

Sin agradecimientos ni despedidas, ella deja el micrófono y el silencio solo se quiebra tras un par de aplausos. Una tras otra, historias como la suya, descarnadas y sin final, llenan el aire de la Plaza de Bolívar, donde familiares, fotógrafos, pocos transeúntes y un hombre con la bandera del M-19, prestan atención. No suman más de 30 personas, pero todas sienten la tristeza como propia, desde las familias hasta el que sostiene la ondeante bandera. Para todos, el duelo es el mismo.

 

Los asistentes al aniversario empiezan a desocupar la carpa. Los últimos artistas en presentarse aún no llegan y ya son las 03:00 pm, hora acordada para realizar la segunda jornada del día; un plantón al frente del Cantón Norte, donde, según los familiares, llevaron a sus seres queridos y los torturaron. De un momento a otro, sudando y agitados, llegan los últimos artistas; dos hombres con dos guitarras. Se suben a la tarima y empiezan a tocar, mientras otros desmontan la carpa y se alistan para salir.

 

Una caravana de bicicletas se adelanta, en fila india. Son nueve y cada una ostenta a manera de estandarte una letra. Cuando se observan todas juntas, se lee ¨Sin olvido¨. Van adelante con el propósito de que, quien las vea en su recorrido hacia el Cantón Norte, sepa que el 6 de noviembre debe recordarse. La última de ellas se pierde por la carrera séptima, mientras los familiares acaban de empacar todos sus homenajes para llegar a tiempo y poder hacer el plantón.

 

Mientras todo esto pasa, los hombres en la tarima cantan una milonga, como despedida a esa reunión anual que se hace en la Plaza. Cuando finalizan, no hay aplausos, pues todos están ocupados y no los escucharon, pero ellos dos sonríen y se van, felices de haber cantado allí. Cuando la última persona aborda la van que los espera para salir y esta parte, esa canción a la que nadie presto atención sigue retumbando allí, en el Palacio de Justicia, en la Casa del Florero y en la Catedral Primada de Bogotá: ¨Memoria de los ausentes de nuestra tierra, de la miseria, de la violencia. Te ofrezco mis margaritas que están marchitas, que están vacías, que ya están secas.¨

 

*****

 

—¿Dónde están los desaparecidos del Palacio de Justicia? —el sonido de un megáfono sorprende a los que van caminando, desprevenidos, por la séptima —. Hace 29 años, en la retoma del Palacio de Justicia, fueron desaparecidas doce personas por parte de las Fuerzas Militares de Colombia. —Algunos miran molestos a la van, sintiéndose interrumpidos por cosas poco importantes, al menos, así se refleja en sus miradas—. El General Arias Cabrales y el Coronel Plazas Vega están condenados. Los héroes de la patria no deben desaparecer personas. 29 años de impunidad, 29 años de espera. —Otros tantos apoyan con un ademán, o con un gesto aprobatorio, cualquiera de los dos es reconfortante —. ¿Dónde están los desaparecidos del Palacio de Justicia? Que el Estado responda.

 

Con ese estribillo, uno de los vehículos que lleva a los familiares ha recorrido alrededor de 60 cuadras. La mujer que con fuerza y aplomo lo ha gritado a toda voz por la ventana, sin cansarse, minutos antes de empezar a hacerlo, entre risas, discutía con los demás: ¨Bueno, ¿y qué decimos con el megáfono?¨ No se podían decidir.

 

—¿Aló? —es lo primero que dice Karen, la vocera.

 

—Vea a la otra —contesta María del Socorro, divertida —. Con el megáfono y disque aló. ¿Sí, aló, con quién?

 

A Karen le da pena, pero todos los demás dicen: ¨No, mentiras Karensilla, hágale, hágale, saque.¨ A las víctimas en Colombia se las trata con una actitud condescendiente, y se piensa que su condición de víctima ¨Por algo habrá sido¨, como si fueran menos, con una actitud despolitizada y pasiva. El gobierno nacional, promoviendo esa actitud, pretende solucionar ese hecho con una indemnización a cada una, una justicia individualista, pero ello no contribuye a una reparación integral. No hay víctimas individuales en Colombia, pues se victimizan procesos colectivos

 

Todas y cada una de las personas que viajan en la van rompen el arquetipo; ríen entre ellos, tienen pena y demás. La única diferencia real entre un individuo victimizado y uno que no lo es, es que el primero es consciente de la realidad del país y desea aún con más fuerza que las desapariciones forzadas, la guerra y los crímenes de estado, acaben de una vez.

 

*****

 

Los gritos se oyen en la distancia. Por la acera, una caravana de bicicletas bloquea la entrada vehicular al Cantón norte, seguidas de once figuras de cartón en tamaño real. Todas ellas tienen los brazos levantados y los rostros de aquellos que llevan desaparecidos 29 años. Tras las imágenes llegan familiares con veladoras encendidas, y con ellos llegan los gritos. El mismo estribillo que los acompañó desde el centro de Bogotá se repite ahora más fuerte, directamente a los soldados que impasibles, custodian la instalación militar.

 

La procesión entera marcha alrededor del lugar y se detiene nuevamente en la entrada vehicular. Allí, justo en frente del cantón, ponen las figuras de sus familiares a lado y lado de la carretera y se plantan frente a los carros detenidos por el semáforo en rojo. ¨¿Dónde están los desaparecidos del Palacio de Justicia?¨ Lo dicen con firmeza, una y otra vez, a todos los carros que pasan. No son un grupo violento, pues lo único que quieren impedir es el olvido y la injusticia.

 

Llegan al lugar periodistas de Canal Capital y de Caracol televisión. Los familiares lograron su cometido, le recordaron al menos a algunos de los medios del país y por tanto a la población, que ese crimen aún no se ha olvidado, y que todavía se lucha para conocer la verdad. Anochece y con el sol también se empiezan a ir todos, siempre juntos. ¨Es mejor no quedarnos por acá solos, nunca se sabe qué nos pueda pasar.¨ El grupo, feliz por la participación, se aleja del Cantón discutiendo sobre la conmemoración para el próximo año, después de todo, el siguiente 6 de noviembre  se cumplirán 30 años de la toma y retoma al Palacio de Justicia.

"Memoria de los ausentes de nuestra tierra, de la miseria, de la violencia. Te ofrezco mis margaritas que están marchitas, que están vacías, que ya están secas."

"Todavía cantamos,

todavía pedimos,

todavía soñamos,

todavía esperamos;

que nos den la esperanza

de saber que es posible

que el jardín se ilumine

con las risas y el canto

de los que amamos tanto."

Canción original de Victor Heredia y apropiada como lema de ASFADDES (Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos Asfaddes)

- La asignación de la investigación a la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía en fase preliminar. Fase contradictoria con el artículo 324 del Código de Procedimiento de la época que indicaba dicha fase como un momento donde no se tienen responsables identificados. En dicho instante, el caso de Nydia ya tenía las declaraciones de Garzón Garzón.

 

- El descubrimiento del edificio vacío de la Unidad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía por parte de la familia Bautista. Quienes encontraron el lugar al ir a pedir reportes de los avances del caso.

El abogado Humaña denunció crímenes de estado como el exterminio de la UP (Unión Patriótica) y el caso de los desaparecidos del palacio de justicia. 

Hasta el momento solo se ha declarado como autor intelectual del homicidio del abogado, al jefe paramilitar Carlos Castaño Gil.

En la Plaza de Las Nieves de Bogotá está el monumento a Eduardo Humaña Mendoza, abogado y defensor de los derechos del pueblo, quien fue asesinado en 1998 tras denunciar violaciónes de derechos humanos de agentes del Estado en alianza con paramilitares. 

Gracias a los logros de la Fundación Nydia Erika Bautista, se ha constado, entre otras cosas, la falta de volutad política estatal para resolver el caso por acciones como:

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